OPINIÓN

La calle de madera

Por Eddy Pereyra
El Puente de Mapunga, en el paraje Pujavante, del distrito municipal Doña Ana, Yaguate, San Cristóbal, se le formaron espaciosos agujeros con el tiempo y las lluvias, que en uno de ellos cabe un becerro, lo que imposibilitan el cruce de todo tipo de vehículos y carretones.

La comunidad se había agenciado la aprobación del gobierno con la propuesta de revivir el plan de “ayuda mutua y esfuerzo propio” tomado del programa Alianza para el Progreso de Estados Unidos, efectuado entre 1961 y 1970, en donde, en el área de construcción, la población beneficiada podía participar aportando mano de obra.

Blanco Isabel, alcalde pedáneo del paraje Pujavante, calificado como zona azul, porque la esperanza de vida de su población había superado los 80 años, convocó a una reunión a sus habitantes para determinar la construcción del puente y el tipo de madera que se usaría para el mismo. En su visita a casas, escuela, gallera y parcelas, el representante municipal proponía a los convocados que el puente debería ser reparado con maderas de pino, cedro, caoba o roble.

Una vez en la reunión, la ex profesora doña Josefa Mariñez, teniendo sus 82 años encima, sugirió con elevado tono de voz que, de reparar el pontón, había que construir también en madera, el tramo de calle que iba del puente a la iglesia de la Santa Cruz, patrona de Yaguate.

Así debe ser, dijo José Guridi, productor de caña de azúcar, quien además de patrocinar la moción, puso en la mesa la enmienda de que la calle se hiciera de Nogal, la cual, según su razonamiento, es una madera extremadamente dura y durable de color marrón chocolate. “Las muchachas caminarían hasta la iglesia sonando sus tacos, cuya originalidad ahorraría con su sonido, hasta la compra de una nueva campana para el templo, ya que la misma ha perdido su conocido sonido”.

¡Falso! Exclamó el letrado Juan LLuberes, “el tiempo ha escondido la madera”. “Hoy se está utilizando el asfalto y los beneficios son diversos, como mejora de la seguridad, la comodidad, la durabilidad y la capacidad de recuperación”.

Arrinconado en una silla de guano, Pablo Vizcaíno se puso de pie y replicando a Lluberes, expuso con orgullo: “somos gente de campo y solo las ciudades usan siempre esos materiales, mientras que una calle de madera sería un atractivo turístico por su originalidad. Resaltó, además, que “el toque de madera aleja a los malos espíritus”.

La devota Marta Mejía, respetada por sus cantares religiosos, intervino para decir que el camino a la casa del Señor debería tener los mejores adornos en su ruta. “La penitencia de rodillas, sería más cómoda y mirando hacia abajo, podríamos pensar en la crucifixión que fue en madera”.

La discusión se fue crispando, hasta el punto de que varios de los asistentes abandonaron la casa donde se celebraba, previendo que podría armarse una trifulca de dimensiones inmanejables.
Calmado los ánimos, el alcalde Blanco Isabel, exigió a los presentes que depositaran los cuchillos que portaban en un saco que estaba guindado en la mata de jobo.

Activo, el representante municipal tomó el control de la reunión y designó una comisión para que hiciera sugerencias a los presentes. Primero la comisión decidió que se votaría por dos propuestas: el arreglo del puente seguido de un tramo o camino vecinal y la calle de madera de nogal que llegaría del puente hasta la entrada de la iglesia. Luego, optaron por determinar que el voto sea a favor o en contra de hacer la calle de madera.

Finalizado el conteo de los votos los resultados fueron un empate 12 a favor y 12 en contra. De repente el apodado “Juan sin miedo”, vociferó, ¡fraude!, ¡hubo fraude! Y se escuchó otra voz gritar, ¡se vendieron, compraron los votos! A seguida uno de los electores agarró la urna, que era una caja de cerveza y surgió un forcejeo con la urna, que generó una trifulca con golpes, sillazos, tumbaron la vitrina y entre gritos de mujeres, la mayoría salió de la aislada casa recién pintada de colores cálidos, despavorida con empujones y pisotones.

Una vez en la calle, Don Pablo, sentenció “cuando no se llega a un acuerdo, los mangos lo toman otros”. El alcalde Blanco Isabel montó caballo y fue a buscar la guarnición de la policía del pueblo, la cual estaba compuesta por dos agentes, quienes detuvieron a varios de los asistentes, incluyendo a un curioso y su mulo.

Al pasar los días, se supo que los fondos para el arreglo del puente y su entorno fueron destinados a la reparación de viviendas en la cercana comunidad de Pajarito. Y aunque el grupo que se inclinaba por la “calle de madera” retomó la idea, recolectando dinero de la mayoría del pueblo por lo popular que se había convertido la propuesta, la madera de Nogal no apareció por parte y el cura párroco agarró los fondos, lo santiguó con agua bendita y con ellos, compró la campana de la iglesia de Pujavante.