Vivimos sumergidos en una vida acelerada y egocéntrica.
Trabajamos, deseamos, soñamos y planificamos más allá del
cansancio, y muchas veces creemos que descansar es una
pérdida de tiempo.
No tenemos dos horas para dedicarlas al Señor y a nuestra
vida espiritual en la congregación, ni para recrearnos con
nuestra amada Familia.
No contemplamos perder un día de escuela, un día de trabajo,
cerrar el negocio en Shabat, ni tomar unas justas vacaciones
para descansar.
No nos agrada que otros determinen dónde debo ir y dónde no
ir; que hacer y qué no hacer, que comer y que no comer, que
vestir y qué no vestir.
Pensamos que nuestros planes y decisiones son absolutas, y
que nuestra vida terrestre es perpetua, pero ¿ya ven? ¡Todo
cambió de repente! ¡Un coronavirus apareció y nos cambió
los planes!
Nos hizo estar encerrados en casa, cambió nuestra rutina, nos
hizo comprar lo que no pensábamos, comer lo indeseado, ir
donde no queríamos y cerrar el negocio que nunca cerró, y
sobre todo: nos hizo meditar sobre la fragilidad de la vida, lo
cerca que estamos de la muerte, y de la gran necesidad que
tenemos de buscar el rostro del Señor para ponernos a cuenta
con El.
¡El coronavirus nos hizo valorar el papel higiénico más que
nunca! a taparnos la boca como nunca y a obedecer la orden
de lavarnos las manos sin discutir. Nuestro Padre nos evalúa
para que nos conozcamos más y más.